Hace tan solo unos días, colocábamos la primera piedra de un proyecto que constituye, no solo una apuesta por el futuro de la Policlínica Miramar, sino de la sanidad balear, en general.

En cierta manera, el inicio de la construcción de un edificio que supondrá ampliar en un 25 por ciento nuestras camas hospitalarias, además de una sustancial mejora de otros servicios, como Radiología y Laboratorio, marca la consolidación de un proceso arrancado muchos años atrás y que no hubiera sido posible sin la entrega de todos.

Sanidad significa ante todo personas. Tratamos con seres humanos, y por ello, conceptos como beneficio económico o margen empresarial han de quedar relegados a una orilla discreta para no menoscabar el gran protagonista de la sanidad, ya sea pública o privada, que es el usuario, el enfermo, el paciente, el cliente y, por supuesto, sus familiares.

Llegados a este punto, quisiera referirme también a la controvertida dialéctica, tan punzante, y a la vez tan deficientemente interpretada, entre sanidad pública y privada. Desde siempre, y quienes me conocen pueden atestiguarlo, he sido un ardiente defensor de la sanidad como bien, que no puede ser arrebatado a ningún ciudadano y al que cualquier persona, por el simple hecho de formar parte de este mundo, ha de tener la oportunidad de acceder.

Solo desde este punto de vista es posible entender cualquier sanidad, y también, desde luego, la sanidad privada. Si se comparte este criterio, el binomio sanidad pública-sanidad privada puede, y debe, adquirir tintes de perfecta compatibilidad.

A las puertas del siglo XXI, la filosofía de optimización de recursos debe imperar por encima de cualquier otra consideración, y al respecto la sanidad privada está en condiciones de ofrecer una valiosa contribución a la sanidad pública, y a todos los ciudadanos, siempre que quienes trabajamos en ella, tengamos presente el criterio anteriormente expuesto y que pueda resumirse con la frase: ante todo, sanidad igual para todos.